Este cuadro se titula The Fairy Feller's Master Stroke, pintado por Richard Dadd, y tiene mucha importancia en el libro. Podéis leer más sobre él y sobre su desdichado autor aquí.
"Nac Mac Feegle! The Wee Free Men! Nae king! Nae quin! Nae laird! We willna be fooled again!" - Los Nac Mac Feegle en pie de guerra
Nota 1: he preferido dejar algunos nombres propios en inglés porque no sé cómo se han traducido a nuestro idioma.
Nota 2: hay algún spoiler menor, pero si no has leído el libro y tienes intención de hacerlo, la verdad es que no creo que te vaya a fastidiar mucho la lectura. En cualquier caso, ahí queda el aviso.
Los Pequeños Hombres Libres es la primera de la subserie de Tiffany Dolorido, que podría considerarse una subserie de la subserie de las brujas. Pero como el orden de lectura del Mundodisco es bastante particular, trataremos esta saga como una independiente, y daremos por concluida la saga de las brujas en Carpe Jugulum.
Por fin llegamos a Tiffany Dolorido, a la campiña en la que vive, a su villa natal, a esos mares de campo que se extienden hasta donde la vista se pierde y a sus entrañables aunque hoscos vecinos. Al pincipio puede ser ligeramente difícil engancharse, la protagonista puede provocar más de una antipatía (sobre todo al principio de esta novela, y sobre todo a los que desafortunadamente ya no nos podemos considerar de ninguna manera, por rebuscada que sea, adolescentes) y no tiene el carisma ni el recorrido que tienen otros clásicos de la saga, como Rincewind o Sam Vimes.
Aunque la primera aparición de los Pequeños Hombres Libres (o The Wee Free Men o pictsies o Nac Mac Feegle) fue en Carpe Jugulum, es en esta novela en la que gozan de un protagonismo indiscutible y ofrecen una contrapartida muy divertida a Tiffany, tanto cuando está desorientada y no sabe que hacer, como cuando está enfadada, o en alguna de sus poco frecuentes concesiones a la melancolía o el sentimentalismo.
Pero empecemos por el principio.
Tiffany Dolorido pertenece a una familia que lleva viviendo en la misma villa (a relativamente poca distancia de Lancre) desde hace generaciones. En la novela, cuando hay alguna referencia a sus familiares, sin embargo, el protagonismo es casi monopolizado por su difunta abuela, Granny Aching (ver nota 1). ¿Por qué? En primer lugar, porque hay más de una razón para pensar que fue una bruja en vida, o al menos, que desempeñaba sus labores con la elegancia, el silencio y la cabezología propias de una. En segundo lugar, porque Yaya Ceravieja admite en la novela que habría sido un placer conocerla. Y es que para que Yaya diga algo así de alguien, ese alguien debe haber vivio experiencias y aventuras (aunque no fueran populares o no ocurrieran en lejanos parajes exóticos) de lo más difícil y desafiante.
Tiffany es una niña a las puertas de la preadolescencia y no hay nada especialmente destacable en ella. Pasa la mayor parte de su tiempo ordeñando vacas en la granja o cuidando ovejas. Sin embargo, hay algo que la hace diferente de los otros niños: ella hace preguntas. Sus padres no se molestaron demasiado en ocultar de dónde venían los niños, y ya desde pequeña tuvo que ayudar en el parto de algún que otro cordero. Esto sirvió para cincelar una personalidad extremadamente realista y una capacidad innata para ver lo que realmente pasa, lo que realmente está ahí, y no lo que nos gustaría o deberíamos ver.
Tiffany, además, tiene un hermano: Wentworth.
Curioso nombre, por cierto, ya que muy probablmente provenga de la combinación de los nombres en Inglés Antiguo wintra (invierno) y worð (recinto vallado/cercado). Es decir, normalmente Wentworth era el nombre del lugar en el que el ganado se guardaba durante el invierno (asumo que no sería una granja simplemente, sino que estaría acondicionado). En esta novela es secuestrado por la Reina del Mundo de las Hadas (Fairyland) y retenido en su mundo. Un mundo que ¡sorpresa! destaca por estar viviendo un invierno constante, durísimo, en el que de no ser por las esqueléticas siluetas ennegrecidas de árboles muertos, uno no sabría diferenciar entre la nieve y el cielo plomizo y descorazonador que lo recubre.
Este secuestro es el principio de una búsqueda al más puro estilo por parte de una hermana tras su hermano. Algo que, por cierto, también ocurre en Monstruous Regiment, por ejemplo.
A partir de aquí, Tiffany entra en contacto directo con los Nac Mac Feegle, quienes ofrecerán su ayuda para rescatar a su hermano y conseguir, de paso, esa ansiada venganza contra la Reina por haberles expulsado de su mundo en algún momento del pasado. Esta Reina maneja a su antojo los sueños de los humanos (como buen elfo mundodisquero que se precie), y ha construido un mundo en el que todas las fantasías, los sueños y las pesadillas se dan cita en una macedonia totalmente caótica de personajes extravagantes, absurdos y que parecen sacados de los descartes de los cuentos de hadas más alocados de la historia.
De alguna manera, Los Pequeños Hombres Libres guarda una relación bastante evidente con Alicia en el País de las Maravillas. Sobre todo, por la caracterización de los personajes, la ambientación y la localización (localización imposible de localizar en ambos casos, ya que ambas historias se mueven en la fina línea que separa lo real de lo onírico).
Esta novela se deja leer fantásticamente bien. Es rápida, dinámica, tiene todo para enganchar a cualquier tipo de lector, y creo que su mayor acierto es conseguir ese punto de moraleja o consejo tan Pratchett de "oye tú, no dejes que los convencionalismos, los prejuicios y las historias que te contaron desde que eras pequeño te impidan ver lo que realmente tienes delante, sobre todo no dejes que te impidan ver personajes fantásticos, seres mitológicos o duendecillos azules que te espían desde la cafetera de la cocina". En esta novela casi se puede tocar la fantasía. Está ahí, siempre ha estado ahí, y en una historia contada con tanto mimo y tanta delicadeza cualquier lector (por supuesto, independientemente de su edad, faltaría más) tendrá la tentación de dejar caer hacia atrás la cabeza, cerrar los ojos y dejar volar una imaginación que, en muchos casos, y para desgracia de todos, ha sido sepultada por eso contra lo que Pratchett lucha en cada página. Todos sabemos lo que es. Yo no me atrevo a ponerle nombre. Si acaso lo describiría como esa obligación de ser que nos impide vivir al mismo tiempo.
Los Pequeños Hombres Libres es una joya. Invita a la relectura en más de una ocasión, tiene un montón de personajes muy carismáticos (los pictsies, Tiffany, las brujas que aparecen en la novela, e incluso Wentworth y su graciosísimo lenguaje a caballo entre un niño malcriado y el loro de Nation son algunos ejemplos) y tiene esa rara capacidad de transmitir imágenes. Cuando Pratchett describe los escenarios en los que se desarrolla la acción, lo hace con una maestría tal que en pocas páginas (y con la excusa de los saltos entre mundos a los que tan acostumbrados están los Feegles) uno puede pasar de sentir los rayos de una mañana cualquiera en una campiña británica y oler a tabaco de liar y trementina, a estremecerse con el rugido de un mar furioso amenazando desde las profundiades, en una noche oscura y sólo iluminada por la desafiante luz de un faro que casi hace equilibrios para mantenerse erguido sobre una cama de rocas afiladas y decoradas por la espuma de las olas y los pequeños moluscos atrapados entre sus grietas. Casi nada.
No quisiera terminar la reseña sin hacer referencia a la importancia de la palabra. La palabra como una herramienta mágica, con fuerza por sí misma y a la que se debe temer, amar o respetar es un tema recurrente en las novelas de Pratchett. Lo hemos visto en los gólems de Pies de Barro, lo hemos experimentado en las bibliotecas de la Universidad Invisible y, en esta ocasión, la palabra tiene tantísima fuerza que los pictsies la temen incluso más que al más terrible de los monstruos. Por este motivo la presencia de abogados que parecen una reificación de sí mismos y de un colega de profesión atrapado en el cuerpo de un anuro un tanto pedante y altanero tienen tanta importancia. Y nos harán reír tanto.
Concluyendo, una novela preciosa, un imprescindible para los amantes de la fantasía y un auténtico regalo que disfrutará mucho un lector de 14 años, pero al que un lector de 34 sin prejuicios le puede sacar muchísimo más.
Recomendada, por otra parte, su lectura en inglés, ya que ese dialecto tan extraño que hablan los Feegles habrá perdido parte de gracia (imagino, no lo sé) en su transformación a un dialecto reconocible para un español. En cualquier caso, es sólo una recomendación, los traductores habrán hecho, seguro, un trabajo espectacular. La novela lo merece.
3 comentarios:
Buenísima... los nac mac feegle se convirtieron en mis personajes favoritos, que divertidos y profundos a la vez... Tiffany, tienes razón, me caía mal en un principio pero recibir la visita al final de la gran yaya me ablandó.
En cuanto a la saga de las brujas, dices que está terminada. ¿No hay más libros de ellas tras carpe jugulum? Espero que si, que yaya y tata son mucho y el pequeño reino de lancre me encanta
Hola!
Sobre la saga de las brujas: sí, en principio esta saga como tal llega hasta Carpe Jugulum. Lo que pasa es que las brujas Yaya y Tata Ogg aparecen luego en las novelas de Tiffany (de las que hay tres, y la próxima novela del Mundodisco en aparecer será la cuarta: I Shall Wear Midnight).
oh, que tristeza...
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