There are *no* inconsistencies in the Discworld books; ocassionally,
however, there are alternate pasts. (Sir Terry Pratchett, alt.fan.pratchett)

Por lo que ha pasado el lector del Mundodisco




Hace años, muchos años que empezó a publicarse en castellano la obra de Terry Pratchett en castellano. Por hablar el idioma que hablamos, reconocido como uno de los más extendidos, utilizados y relevantes en el panorama lingüístico internacional, y que alberga obras cumbre de la literatura universal, siempre hemos navegado en aguas turbias. El desatino de las editoriales, la pereza, o la falta de interés son algunos de los factores que se me ocurren que puedan haber provocado la turbulenta relación que hay entre el Mundodisco y la lengua de Cervantes. Aquí hablo de memoria, y es muy posible que me deje alguna importante (hay lectores en LTdA mucho más puestos en las ediciones en castellano que yo mismo), de manera que podemos completar la lista entre todos.

1.- La existencia de otro mundo imaginario, que debió de tener forma de VHS y navegar por el cosmos a lomos de un muñeco de He-Man de tamaño colosal. Mundovisión era su nombre, cortesía de Plaza & Janés.

2.- Una muerte que no hablaba en mayúsculas.

3.- Pese a que en el Mundodisco, la averiguación de la sexualidad de una figura superior se centra en descubrir si Gran A'Tuin es macho o hembra, las editoriales españolas decidieron jugar un poco con la sexualidad de la muerte (¿?) hasta que, parece ser, se han decantado por considerarla macho. O hembra. ¿Veis? Han conseguido que no me acuerde.

3.- Textos de contraportada divertidísimos, como los que anuncian ejércitos de enanos que amenazan al Mundovisión. Estos enanos, como ya puede uno imaginar, no estaban por ninguna parte. Seguramente andaban buscándole el sexo a la muerte.

4.- Páginas perdidas. No una, ni dos, ni diez. Decenas y decenas de páginas desaparecidas, tanto en ediciones antiguas como las más modernas (en coleccionable), situación rematada con la repetición de muchas otras páginas. Imagino que compararían el grosor de la versión inglesa y la española y, al ver que algo no cuadraba, copiaron y pegaron algunas páginas al azar. ¿Os acordáis de cómo Toriyama copiaba viñetas idénticas en los cómics de Dragon Ball, y que a veces esas viñetas no tenían demasiado sentido en la historia? Pues algo así.

5.- Todos sabemos que existe una guía a modo de croquis sobre el orden de lectura del Mundodisco. Lo que no creo que exista aún, y creo que es deseable que alguien se ponga manos a la obra, es una guía en la que se nos detallen todas y cada una de las editoriales que han lanzado sus tentáculos sobre el Mundodisco y qué volúmenes publicó cada una. Gran Fantasy, Plaza & Janés, Alfaguara, Timun Mas, Altaya...

6.- Si ya tenemos la guía de las editoriales, podemos hacer otra aún más divertida: orden de publicación de los libros del Mundodisco con cada una de estas editoriales. Sería como meter el Espacio L dentro del almacén de futuros porcinos. Sólo que sin el frío y sin trolls eruditos. Aunque los trolls a secas no estarían descartados.

7.- Faltas, muchas faltas. En ocasiones hasta los fans se terminan enfadando.

8.- ¿Abrimos un poco el abanico? Recientemente nos hemos enterado de que Timun Mas va a editar las novelas de Johnny Maxwell en este orden: 1-3-2. No, no seguirán el 1-2-3 lógico. Y encima tienen argumentos para ello. ¡Ole!

9.- Dicho todo lo anterior, creo que si aún tienes esperanzas de ver publicado en castellano The Science of Discworld, The Folklore of Discworld, The Wit and Wisdom of Discworld, The Discworld Mapp, The Streets of Ankh-Morpork, etc... bueno, pues ánimo.

10.- El mundo de los ebooks piratas es ya un mundo aparte. ¿De verdad existen en alguna parte del mundo libros como El Correo, Monstruoso Regimento o Los Hombrecillos Libres? ¿Alguien sabe qué son? Yo no tenía ni idea.

Es justo mencionar que traducir a Pratchett es complicado, de manera que un diez para quienes hacen su trabajo con profesionalidad.

Navidades Alienígenas, por Terry Pratchett






NAVIDADES ALIENÍGENAS

El siguiente texto apareció en el número 50 de Ansible, el boletín del escritor David Langford, correspondiente a los meses de agosto/septiembre de 1987. Lo pronunció Terry Pratchett después de una cena en Beccon, hace solo 22 años y medio. El texto original se puede encontrar aquí:

Qué gran idea, ¿verdad? Mucho mejor celebrar la Navidad en esta época del año que a finales de diciembre, cuando las tiendas están siempre llenas de gente. Me recuerda a los discursos navideños de la Reina a toda la Commonwealth, allá por los 50, con la estampa tradicional de los australianos comiendo gambas congeladas, pavo asado y pudín de Navidad en la playa de Bondi. Siempre había un árbol de Navidad plantado en la arena. Estaba decorado con lo que ahora pienso que es vómito.

La semana pasada me tocó una especie de galletita de la fortuna donde decía "Tu rol es el de Comilón". Me pareció genial: me gustan los juegos de rol, nunca había sido un Comilón, me pregunto cuántos puntos de vida tiene. Y después vi otro mensaje debajo donde ponía que a las 22.00 mi rol sería Orador Post-Cena Navideña, algo que solo cabría encontrar en la peor mazmorra: un monstruo que se tambalea, con una camisa blanca con adornos, mientras busca a gente que lo escuche. Tres horas después, los exploradores aparecen petrificados de aburrimiento, con el café congelado y la chocolatina de menta derretida en las manos.

Todo esto me recuerda por qué dejé Dungeons & Dragons. Había demasiados monstruos. En los viejos tiempos podías ir a una mazmorra sin encontrar mucho más que algunos orcos y hombres lagarto, pero de repente todo el mundo empezó a inventarse monstruos y al poco tiempo resultaba que, llevando una maldita espada mágica, lo que realmente necesitabas para ser un aventurero de verdad eran los quince volúmenes de la Guía sobre Mostruos de Marcus L. Rowland y la capacidad de leer muy, muy rápido, porque si no eras capaz de reconocerlos desde fuera te encontrabas rápidamente con la oportunidad de echarles un buen vistazo desde dentro de sus amígdalas.

En fin, ese papelito decía que me tocaba hablar sobre Navidades Alienígenas, lo cual me venía bien porque siempre me gusta saber de qué tema me voy a desviar. Lo intentaré; he sido muchas cosas malas en la vida aunque, gracias a Dios, nunca he sido muy fan de "Los 7 de Blake".

En cualquier caso, las Navidades ya son bastante alienígenas por sí mismas. Es curioso, pero cuando ves imágenes de Santa Claus siempre lleva los mismos juguetes en el saco. Un osito de peluche, una muñeca, una trompeta y una locomotora de madera. Siempre. Algunas veces también lleva algunos bastones de caramelo a rayas rojas y blancas. No sé por qué, pero nunca se ven en las tiendas, y si algún niño pide una locomotora de madera hoy en día, significa que vive en el fondo de un agujero en una isla desierta y que nunca ha oído hablar de la televisión, porque las últimas Navidades mi hija recibió un montón de juguetes (algunos coches, un avión, cosas así) y no se parecían a aquello en absoluto. Todos y cada uno de sus regalos eran robots.

Y no simples robots. Conozco el aspecto que deben tener los robots; de niño tuve un robot. Se veía que era un robot: tenía dos ruedas dentadas en el pecho y los ojos se le encendían cuando le retorcías la llave, lo cual es normal, ya que le pasaría a todo el mundo. Y también tenía un Robot Mágico... bueno, todos tuvimos uno, ¿no? Y cuando nos hartábamos de la autosuficiencia con que se paseaba por su espejo y acertaba todas las respuestas, las arrancábamos para colocarlas de otra forma porque nos salía de las narices. Si es que éramos unos demonios.

Pero estos nuevos robots son subversivos. Son robots camuflados.

A nuestro alrededor se está librando una especie de guerra robot. Yo aún no la acabo de entender, aunque parece que los críos están increíblemente bien informados sobre el tema. Parece que los robots buenos se distinguen de los malos en que los buenos tienen cabezas humanas, algo como aquella escena de "Saturn Five", ¿os acordáis? Esa en la que al robot se le ocurre que la mejor forma de parecer humano es cortarle la cabeza a algún humano y clavarla en su antena. Todos los robots tienen la misma pinta que un jugador de fútbol ame- ricano recién atropellado por un Volkswagen.

Van por ahí salvando el universo de otro puñado de robots, entendiendo "salvar el universo" como "grandes batallas láser". El universo no tiene muy buena pinta después de que lo salven, pero, qué narices, está salvado.

De todas formas, ninguno de sus regalos parecía lo que debería parecer. Una colección de rocas de plástico resultaron ser Señores Roca, con nombres excitantemente rocosos como Pedrusco y Pepita. Sí, otro hatajo de putos robots. De hecho, la única cosa navideña que había en nuestra casa era el nacimiento, y no estoy convencido del todo de que, pulsando un botón, María y Josoide no fueran a luchar por su dominio contra los Tres Reyotes.

El más raro de todos, sin embargo, era Kraak, Príncipe de las Tinieblas. Por 14,95 libras debe de ser una ganga de príncipe de las tinieblas. Es un zoide, probablemente del planeta Zoide de la galaxia Zoide, porque aunque los modelos son bastante buenos, el argumento que tienen detrás es una mierda, el equivalente en la ciencia ficción a una hamburguesa de McDonald's. Pero me gusta el bueno de Kraak, aun así, porque solo tardamos toda la mañana del día de Navidad en montarlo. Está hecho de plástico rojo y gris, un auténtico milagro tecnológico del poliestireno, y tiene el mismo aspecto de un pollo que lleve muerto, digamos, unos tres meses. Métele dos pilas por su culo de robot y empieza a aterrorizar a todo el universo, tal y como asegura el anuncio, y lo hace así: camina unos veinte centímetros muuuuuuuuy lentamente, dando pena, mientras se le retuercen docenas de pequeños pistones de plástico, y entonces se cae.

Kraak tiene ese instinto de supervivencia que hace a un piloto kamikaze parecer un voluntario de seguridad vial. No sé cómo será el terreno allá en Zoide, pero le resulta bastante difícil desplazarse por la típica moqueta de dormitorio. Aunque no me sorprende que aterrorice a todo el universo: debe ser bastante aterrador que te caigan encima toneladas y más toneladas de robot de guerra, con sus piececitos dando vueltas tristemente. Te entran ganas de suicidarte por solidaridad. Ah, y tiene otra arma diabólica: se puede arrancar la cabeza y colarla debajo del sofá. Eso sí que da miedo. Lo hemos probado contra otros zoides, y puedo deciros que la tecnología de los robots de combate consiste, básicamente, en caer delante de su adversario para intentar que tropiece. Es una tarea difícil porque el instinto natural de todos los zoides es caerse tan pronto como apartas la mano.

Pero incluso Kraak tiene problemas comparado con un robot que nos enseñó un vecino orgulloso. Un Transformer, creo que era. No está construido solo como un coche o un avión, es una flota entera de vehículos que, en cuanto amenaza el desastre, se arman formando una única gran máquina de guerra. Esa es la teoría, al menos. Apuesto a que en el momento de la verdad esa puta cosa deberá afrontar la batalla a medio montar porque su torso lleva retraso en el aeropuerto de Gatwick y su pierna izquierda está en un atasco a las afueras de Luton.

Hace poco vimos "Santa Claus: la película". ¿Alguien la ha visto? Bastante espantosa; la única risa es cuando aparentemente dejan que el reno esnife coca para conseguir despegar. No me extraña que Rudolf tenga el hocico rojo si se pasa media vida con un rulo dentro.

De todas formas, deberíais ver el taller de Santa Claus. Justo como pensaba. Cada maldito muñeco está hecho de madera y pintado con co lores chillones. Es posible, y de hecho supongo que es probablemente
inevitable, que si accionas el interruptor correcto de los balancines o las encantadoras muñecas de madera, también se conviertan en robots, pero lo dudo. Examiné cuidadosamente el lugar y no había una sola máquina de moldeado de plástico. Ni uno solo de los elfos tenía pinta de saber por qué lado coger un soplete. No vi ninguno de los juguetes verdaderamente tradicionales. Ni Rambos, ni modelos de plástico de Karate kid, ninguna de esas raras máquinas didácticas diseñadas para enseñar a tu hijo a hablar como un controlador de la NASA con sinusitis y una edad mental de cinco años.

Bueno, pues tengo una teoría para todo esto. Básicamente, es que los Santa Clauses son específicos para cada planeta y nosotros tenemos el que no nos tocaba.

Sospecho que fueron las pruebas nucleares a principios de los 50 las que se cargaron el, ya sabéis, el tejido del tiempo y el espacio. Las pruebas secretas en el polo norte abrieron un, bueno, una especie de agujero interdimensional, y todo lo que hace Santa Claus se desvía de alguna manera a Zoide o a donde sea, y a nosotros nos llega todo lo que hace el otro, y como es un robot de plástico, solo fabrica cosas que se le dan bien.

Los que lo deben llevar peor son los niños de Zoide. Se levantan la mañana de Navidad, se desenchufan de sus unidades de recarga, traquetean hasta el final de la cama (parando solamente para caerse un par de veces) disparándose juguetonamente sus lásers de la megamuerte, echan un vistazo en sus recintos portátiles de almacenamiento y ¿qué encuentran? No son los instrumentos del caos de juguete que esperaban, sino trenes de madera, trompetas, muñecas de trapo y esos bastones blancos y rojos que nunca ves en la vida real. Juguetes que no necesitan pilas. Juguetes que no hay que montar. Juguetes con barniz en vez de plástico. Juguetes alienígenas.

Y debido a esta cosa increíble del espaciotiempo bidireccional, nuestros niños reciben el resto. Rarísimos Masters del Universo de plástico que son a la imaginación lo mismo que la lija a un tomate. Juguetes alienígenas. Quizá esté hecho a propósito, para convertirlos a todos en Zoides. Como dice la canción, mejor andarse con ojo...

Aunque de todas formas, no creo que funcione. Eché un vistazo en la casa de muñecas de mi hija. El bueno de Kraak anda por allí desde que se le gastaron las pilas y sus megacañones se desmembraron. Mr. T lle-
va ahí ya un par de años, desde que mi hija descubrió que le entraba la ropa de Barbie, y en el baño vive una extraña mujer gato de plástico.

No sé por qué, pero lo que vi me llenó de esperanza. Kraak estaba tomando el té con un perro mecánico, dos Playmobils y tres muñecas. No estaba intentando fulminar a nadie. No importa con qué nos bombardee Santa Claus, podemos con él...

Y ahora vuestros papás y mamás vendrán a llevaros a casa. No os olvidéis de llevaros los globos y los cotillones, y recordad que Papá Noel pronto estará repartiendo regalos a los niños y niñas que hayan sido buenos y se lo hayan ganado.

Terry Pratchett

Reseña de Nation, de Terry Pratchett




Como no podía ser de otra forma, y teniendo en cuenta el concienzudo seguimiento que hemos hecho en La Torre del Arte del antes, el durante y el después del estreno de la obra de teatro Nation, inspirada en la obra del mismo nombre escrita por Terry Pratchett, por fin llega la reseña del libro. No es una reseña de la obra. Por si aún no seguís al Ankh-Morpork Times ni a La Torre del Arte en Twitter, sólo recordar que Nation llegará a España en dos salas por confirmar. ¡Permaneced atentos! O al menos, no metáis la cabeza bajo el agua durante demasiado tiempo... ¡os perderíais demasiadas noticias!

Lo primero que hay que decir es que en Nation se dan cita algunos de los conceptos más controvertidos de la obra de Terry Pratchett. La investigación científica, el racionalismo y el ateísmo se dan la mano con una historia escrita para young adult readers, y con algunas pinceladas que nos llamarán mucho la atención. En concreto, quisiera mencionar dos: 1) en Nation se narra una escena de acción memorable, con todas las letras; y 2) el hombre del sombrero habría llegado muy lejos como escritor de novela histórica. Aunque esto da para otro post.

Antes de empezar, otro apunte: sin haber visto la adaptación teatral, no me cuadra demasiado que se critique el excesivo racionalismo, el ateísmo o incluso la herejía de una obra como ésta. Nation es un cuento, una fábula sobre los valores, las personas y la búsqueda de la identidad. En Nation asistimos al desesperado proceso de maduración de sus dos protagonistas, Mau y Daphne, y aunque son personajes en las antípodas de cualquiera de nosotros (puesto que uno es un salvaje, y ella es una niña de la alta alcurnia británica), Pratchett consigue, con su cuidada narrativa, que sintamos cuando ellos sienten. Para bien y para mal. Y, por lo que respecta a la desmitificación de la religión, aunque es cierto que el tono general de la obra, que nos regala una moraleja quizá demasiado evidente, es el de invitar a los lectores (recordemos el público objetivo de Nation) a reflexionar por sí mismos y a cuestionar absolutamente todo lo que les rodea. Al fin y al cabo eso es la ciencia. La religión, claro, no es eso, y por eso choca frontalmente con Nation y, según algunos críticos, con el espíritu mismo de la Navidad. No obstante, una sociedad madura sabrá apreciar que la ética de la obra es algo más compleja que un cachete a las religiones en general.

El argumento de la obra es básicamente el siguiente (tranquilos, sólo algún spoiler menor): un tsunami se lleva por delante toda una aldea de nativos de alguna isla perdida por el Pacífico. Bueno, no exactamente, el libro está ambientado en un mundo paralelo, pero no del todo paralelo, puesto que Francia o Gran Bretaña siguen existiendo. Este tsunami, sin embargo, no mata a Mau, que en el momento de la devastación se encuentra pasando una prueba que todo muchacho debe pasar en la isla para pasar de niño a hombre. Este mismo tsunami, por su parte, lleva hasta la isla al Sweet Judy, un barco en el que viaja una variopinta tripulación, y entre ella, Ermintrude (o Daphne, como prefiere que le llamen), niña perteneciente a la alta sociedad inglesa. El encuentro entre ambos personajes se da bastante pronto, y a partir de ahí trabajan incansablemente para reconstruir la nación que quedó aniquilada por el tsunami. Sin embargo, a medida que la reconstrucción avanza, ambos son conscientes de que están construyendo un nuevo mundo, desde cero, y en el que las leyes paganas, religiosas y científicas en las que creían hasta ahora pueden reescribirse.


Nation es de esas obras que a uno le dejan un buen sabor de boca porque acaba mucho mejor de lo que empieza. Personalmente, conecté mucho más con Daphne que con Mau, por cómo sus prejuicios se van diluyendo al mismo tiempo que reconstruye su propia identidad, que hace frente a sus miedos y que se funde en un abrazo constante con la naturaleza. Mau, por su parte, es un muchacho que debe hacerse fuerte a pesar de la enorme adversidad a la que se enfrenta. Ésta, además, se ve incrementada por el hecho de que entra en una colosal crisis de fe que le hará replantearse el porqué de las tradiciones y creencias que su gente seguía a pies juntillas. Durante todo este viaje interior contactará con los Dioses y con el Infierno, comprobará la veracidad o no de ciertas leyendas, y se zambullirá en una lucha a muerte contra enemigos de su gente, de su isla.

Encuentro que lo mejor y lo peor de la obra están en ese final tan comentado que tiene. Por un lado, me parece un fiel reflejo de la filosofía de vida de una persona que ha creado un mundo en el que el narrativum es uno de los ejes sobre los que gira. Es un final agridulce, pero extremadamente tierno, que apela a las sensibilidades más melodramáticas de los lectores para dejarles tocados durante esos mágicos segundos que pasan justo después de terminar un libro. Sin embargo, el final quizás se alarga demasiado, ya que parece que historia se está terminando cuando aún le quedan demasiadas páginas. Y aunque esto, lógicamente, viene al gusto del consumidor, sí que creo que puede hacer que, al final, la obra se haga ligeramente pesada, ya que la suma de una moraleja muy larga y un final bastante meloso puede hacer que se le atragante a más de uno.

Antes de terminar, comentar que la presentación del libro es preciosa. La fuente, las tapas duras, las ilustraciones, el mapa del final (que acompaña a esta entrada)... todo esto hace que muchas veces uno tenga la sensación de haber recogido un pergamino metido en una botella que llegó a una playa tras meses o años a la deriva en mar abierto. Es una auténtica joya.

En definitiva, como ya dije, una obra que deja un sabor de boca muy bueno, totalmente recomendable, y esencial para los seguidores de Terry Pratchett, pues en Nation se puede leer entre líneas casi un manifiesto de los valores que rigen la vida de un escritor tan influyente y exitoso.

La adaptación de Nation no parece convencer


Mau y Daphne

Algunas reviews a las que podéis acceder a través del Twitter de La Torre del Arte casi obligan a hacer una reflexión sobre el caso particular al que parece estar sometido Nation, basada en la novela original de Terry Pratchett, adaptada por Mark Ravenhill y dirigida por Melly Still. Pero, además, nos sirve para reflexionar sobre el gran tema de la reconversión de una obra para adaptarse a un género distinto. Todos conocemos muchos casos en que los resultados no han sido ni siquiera decentes. En todos los ámbitos. En este post nos haremos eco de las críticas que ha recibido la última obra del National Theatre londinense.

Antes de comenzar, una rápida sinopsis de la obra: una ola gigante arrasa una aldea casi virgen, dejando vivo sólo a un muchacho de la tribu que la habitaba, Mau, quien intentará recomponer su Nación. Al mismo tiempo, esa misma ola hace naufragar a la tripulación de un barco de la aristocracia británica (el Sweet Judy), y provoca el encuentro de una niña de alta alcurnia, Daphne, con Mau. Asistiremos a cómo comienzan a construir un amanecer nuevo sobre las cenizas de lo que ya no es nada. Y, al mismo tiempo, a la maduración desesperada a la que ambos protagonistas se ven obligados a experimentar.

Tras esta breve descripción descansa un texto que es manifiestamente ateo, y reflejando la actitud de Terry Pratchett con respecto a las religiones y los fundamentalismos. Es algo que no sólo podemos adivinar en obras como Dioses Menores, sino también en su posicionamiento en temas extremadamente delicados. Sin dejar de ser una novela para niños, sí puede ser que sea demasiado dogmática, anteponiendo ferozmente la aportación real y palpable de la ciencia a la que existía en la isla hasta ese momento. La de los Dioses.

En primer lugar, parece que Mark Ravenhill buscó mantener el corazón ideológico de la obra y que, posteriormente, buscó la manera de adaptar el texto para que fuera representado. Por lo que se lee en algunas críticas, parece que en demasiadas ocasiones la obra se torna incoherente. Esto es una consecuencia, previsible por otro lado, de la complejidad de la escritura de Pratchett. Nunca es fácil adaptar un libro a la escena o al cine, pero con el creador del Mundodisco, esto es casi una proeza.

En segundo lugar, destacan las críticas al ya comentado excesivo racionalismo al que la obra somete a los espectadores (recordemos que es la obra elegida por el National Theatre para la campaña de Navidad). Los niños parecen estar sometidos a un ejercicio que puede resultarles demasiado agresivo, desconcertante o incluso violento. Escenas que se podrían haber suavizado u omitido resultan ser demasiado explícitas. Y también parece que el meme recurrente de ciencia =/= religión es llevado demasiado al extremo, sobre todo teniendo en cuenta la fecha para la que se estrena la obra.

En tercer lugar, comentan que el atrezzo, la escenografía y los decorados en general son espectaculares. Pero que, por otra parte, la obra parece no ofrecer una historia coherente sustentada en un setting apropiado. Parece ser lo contrario, un montaje muy caro que exige escenas en las que sacar partido de todo, pero sin articular los nexos argumentales de manera que todo tenga sentido narrativo.

No la hemos visto. Ni seguramente la veremos. Pero esto siempre servirá para recordar 1) la dificultad de adaptar las novelas de Pratchett y 2) que la crítica, en ocasiones, exige que el status quo de elementos tan sagrados como la Navidad se mantengan exactamente como estaban. Nation es transgresora y eso es bueno. Parece, sin embargo, que no es una obra de teatro brillante. Eso, desde luego, es malo.
 
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